Hoy mis cabellos superiores, el comenzar de su curva descendente y el espacio de cuero cabelludo en su correspondiente costado, apuntan sin saberlo hacia el cielo vigués. Casi de repente, aunque con bastante tiempo de asimilación (lo supe casi desde que volví a Buenos Aires en aquél diciembre), me encuentro otra vez caminando esta zona tan enrevesada del viejo continente. Hay momentos en los que no termino de comprender si me hallo envuelta en un sueño con sensación de vigilia, si es que nunca me fui, o que la realidad se torció de manera circular para mandarme de una patada suave hacia atrás en el tiempo. Sin embargo, cuando siento por unos segundos, veo claramente que estoy en junio del año dos mil trece, y que el pasado quedó ahí donde debe. Las sensaciones de la primera vez para todo no están, el pensamiento fijo en ese reencuentro de un mes se pasa volando tampoco. Ahora las despedidas fueron otras, tal vez más dolorosas, pero ciertamente muchísimo más reales.
El sol que se le da por esconderse tardísimo, ese hablar tan tan que me rodea, y, por supuesto, el despertar entre sábanas-frazadas, no me permiten que dude: sí, estoy muy lejos de casa.
Más cerca mío, eso seguro.
Verte en vivo. Verte en Vigo.