lunes, 4 de julio de 2022

error

Te dije que mi corazón no podía romperse más. Me equivoqué. 

Los límites del dolor se desarman y rearman a su antojo cuando me transformás en tu depósito de deseos inconclusos y viscosos. 

En el lugar seguro, y ahora incómodo. 

La nada es lo único seguro, sabés? Todo el resto es una idea incomprensible del amor. 


jueves, 13 de enero de 2022

El velo

 Tuvo la sensación clara de volver a percibir algo olvidado. Creía sonreír como muchas otras veces, pero esta vez se le llenó el pecho de un suspiro largo y doble, justo antes de que la tensión en los bordes de sus labios aparezca. Se había caído el velo por unos instantes. En el lapso de dos pitadas del decimoquinto cigarrillo del día se dio cuenta del cambio de sentires y ahí mismo cuando lo vio, volvió lo borroso, el deseo inexistente, la mueca con forma de risa. Pero la diferencia fue notoria: supo que podía entrar y salir de ese estado de obnubilación que creía permanente, y eso alcanzó como definición de alegría. Lo que no sabía era cómo hacerlo.

Ese día había sido tan tortuoso como divertido, precedido por una madrugada etílica. La mudanza que transcurrió por casi doce horas era la segunda en el lapso de quince días, y nunca una mudanza se podía pensar como un disfrute. Mucho menos dos. Ninguna había sido propia y eso era bastante, pero en el costado difícil permanecía la certeza de la imposibilidad. La de hacía dos semanas era la de un acumulador, pero solo un monoambiente. La de los quince cigarrillos, una casa enorme: con decir que tenía cinco baños es suficiente para establecer dimensiones. Aun así, superado el esfuerzo físico, el halo de alegría que rodeó a todo el suceso le generó una satisfacción imprevista. Tan imprevista como esa sensación al terminarla, que llevó a Elena a lugares que no habitaba hacía años. La ironía de habitar lo nuevo en carne, pero volver a lo viejo en mente.

Unos minutos más tarde, consciente de lo aprendido pero ansiosa por encontrar el mecanismo que permitiera correr el velo cuando a ella le viniera bien, avisó que se iba. Ya en el auto que la llevaba de regreso a su casa se dio cuenta que desconociendo qué botones tocar para producir ese doble suspiro y la sensación de felicidad que antes la sorprendió, de poco servía haberlo sentido. En ese momento también se resignó a entender que en realidad era una más de las tantísimas cosas que era incapaz de controlar. Y eso, de manera irónica, la contentó. Y así volvió a sus gatos, su lugar, sus negaciones, su día a día de una semana en la que, por lo menos, no iba a tener que hacer otra mudanza.

miércoles, 19 de mayo de 2021

pandemial

 

09/04/2020

Te amamos veci

Falta menos!

AGUANTÁ!

 

Ese cartel pegado en la heladera me recuerda hoy, un año, un mes y diez días después, que no faltaba menos. Que faltaba muchísimo. Que las ausencias son mucho más que los días que pasaron en el medio, mucho más que todos los que todavía falta transitar para que la vida sea un poco menos una cagada. Siento que la heladera me saca la lengua cada vez que la miro.

Veinte días antes de la fecha de esa notita se declaraba cuarentena estricta en Buenos Aires. El motivo: la pandemia por el virus SARS-CoV-2, que provoca la enfermedad conocida como COVID-19. Hoy se cumplen quince días desde que ese virus entró a mi cuerpo, y en los papeles ya me abandonó. Sin embargo, los síntomas persisten: no tengo la menor idea de cómo huele el chipa que acabo de comer, ni cómo sabe el té que estoy tomando. El termómetro sigue marcando 37.2ºC de día, 37.6ºC de noche. Y esto último ya ni sé si es culpa del virus, o de alguna otra cosa que mi cuerpo decidió manifestar justo ahora. Tengo una muela destrozada por un año de dejadez sumado a un año de no poder ir al dentista, aunque hubiera querido. Por supuesto que la muela es señalada como principal culpable de que me siga sintiendo así, pero en el fondo, ¿quién sabe? Quizás el virus decidió quedarse un rato más en mi cuerpo, prendió la estufa, y así estamos. O quizá sea otra cosa. Qué miedo que sea otra cosa.

En estos catorce meses que pasaron nos acostumbramos a una cantidad de situaciones impensadas. Qué puedo decir a esta altura que no se haya dicho miles de veces ya. Si dentro de veinte años te dicen las palabras masa madre, Zoompleaños, Rappi, no vas a poder pensar en otra cosa que no sea pandemia. Ojalá que en veinte años sea un mal recuerdo. Hablando de malos recuerdos, el otro día miré una serie que transcurría en 2014, y ahí estaba un grupo de amigos disfrutando en un antro mientras tomaban cerveza caliente y miraban bandas que no querían escuchar. Hoy, esa situación tan usual de compartir vasos y botellas chupeteados con bebida caliente y saliva de desconocidos en el fondo se transformó en un mal recuerdo y eso me parece increíble.

¿Sabés qué es más feo que no oler, que tener fiebre dos semanas, que no poder pensar ni hacer esfuerzos mínimos porque todo sabe a Crossfit? Tener la certeza de que te podés morir pronto. Mucho más pronto de lo que hubieras imaginado, y de maneras que jamás pensaste. Quince días de pensar que podés desarrollar neumonía, perder el aire, y súbitamente no estar más. Como las miles y miles de personas que mueren todos los días en el mundo. No tenés ni idea de si te va a tocar o no, como una lotería de la muerte a la que nunca quisiste jugar. Hoy tengo cierta seguridad de que no me voy a morir de COVID. O al menos no de neumonía. Ah, porque no solo genera eso. Ahora arranca el post-COVID, las arritmias, la fiebre inexplicable, el olfato que no vuelve, y lo más importante, las secuelas psicológicas de todo este periplo. Periplo, qué palabra de mierda. Infierno le va mejor.

Mi único anhelo hoy está guardado en ese momento en el que vuelva a abrir este texto, lo lea, y piense: fah. Posta pensaba que no se iba a acabar nunca. Y posta pensaba que me iba a morir no sé, de cáncer, o andá a saber qué cosa que me estaba dando febrícula. Que la depresión que me iba a generar todo esto no se iba a ir por mucho tiempo. Qué bueno que no, que pasó pronto, que ya es (no sé qué año) y el virus del orto está super contenido.

Que me volvieron las ganas de vivir, aunque tampoco tuviera ganas de morir.

martes, 21 de abril de 2020

2020

¿De verdad tenés un blog?

¿Qué loco no?
Que loco, no? [Tiranos Temblad] - YouTube

Sí.

Anoche soñé con vos.
Vos, el destinatario de casi el 70% de las líneas que escribí acá. No hace falta nombrarte.
Mirá que pasó el tiempo eh, y ahí te apareciste al borde de mi cama, como queriendo consolarme. Qué coincidencia. Intentaba hacerlo con mis propias manos, pero tuviste que interrumpirme. Y mostrar esa cara de arrepentimiento, de perro mojado, levantando el entrecejo. Esa mueca tan tuya.
¿Me dejará en paz tu recuerdo alguna vez? A esta altura pienso que si la respuesta es no, deberíamos, no sé, tomarnos un café. Pero esa pregunta es mía. Como todo esto.

Que ya no lee nadie.



domingo, 15 de septiembre de 2019

Autodestrucción


Leo "Mariano Acha" mientras atravieso la confusión. La confesión. 
Notificación: "el nombre de la calle activó la autodestrucción en diez segundos." 
Una reja, una mano, un abrazo, la mentira; un beso que no existió y un intercambio de líneas que ya no está. Que desaparece.
"La amistad y el recuerdo de esos buenos momentos contra las pálidas", o algo así, dijo él; mientas tanto yo me deshacía vestida con esa verdad que nadie pidió. Que estallaba sin una víctima más que yo misma.
Telegrama de despido a la espera.
Telegrama de despido a la ilusión.
Que no se diga nada más, pues.

Porque la vida es sueño, y los sueños, sueños son

lunes, 26 de noviembre de 2018

Leí tu cuento y no me gustó

Cuando le digo gede a Miguel. En realidad, sólo cuando pienso por qué lo hago.
A veces, al bailar algún jig. O un reel. En esos zapatos, sí, ahí.
Definitivamente, cuando tomo Jameson. Y pienso que es una pena que no hayamos compartido el Caskmates. O no.
El día que terminé el Glenlivet. Ese al que le diste un besito nada más, porque no lo merecías. Creo que tenías razón. Sabés qué? No fue hace tanto.
El otro día cuando entré a Jack the ripper. Entré y salí. Por suerte. Casi que te vi como un fantasma envuelto en esa camisa blanca con los primeros botones desabrochados. Y la cadena.
Te despedí hace mucho tiempo, sí. Y así nomas seguís apareciendo en el fondo de muchos recuerdos. Te revivo cada tanto. Camino ese dolor viejo y me gusta hacerlo. Piso esas hojas amarillas y saboreo su sonido al partirse. Disfruto saberme en otro lugar.
Porque cinco o diez años no importan. Sí, en eso también tenías razón.

viernes, 26 de mayo de 2017

The owls are not what they seem

Dos años y tres meses.
Veinticinco años.
Treinta y tres.
Cuarenta y cuatro años.

Diez años.
Veinte.


Cada período esconde un significado. En un tiempo equivalente a cada uno, volveré y no entenderé.

¿Cuánto tiempo me llevó olvidarte? Entiendo que la respuesta no existe hoy.
Tal vez nunca.
Tal vez ayer.

martes, 24 de febrero de 2015

-Capítulo 2-

Atardecía en su barrio salpicado de los años ochenta. Pasó frente a una casa con jardín delantero y sin rejas. En el borde de cemento un nene jugaba con caracoles de distintos tamaños. Los ordenaba y su cara estaba muy cerca, casi como si fuera a comérselos. Elena los miró atenta con una sonrisa de melancolía angustiada. La tela que envolvía sus recuerdos se rompió tras el paso, demasiado cercano, de una bicivoladora piloteada por una adolescente erguida cuyo pelo era tan lacio como su cara, sin rasgos. Un padre emergió detrás, gritándole a otro de sus hijos que ahora que habían salido a la vereda debían andar en bicicleta. El niño luchaba por no caerse, en un intento por cumplir las órdenes paternas aun sin perder el matiz de juego.
Mientras continuaba su trayecto cotidiano de las cinco cuadras que bordeaban la autopista, Elena recordó los sucesos nostálgicos del día: el juego en la vereda, el perro enorme lanzado sobre el pasto en pleno disfrute absurdo, un abuelo que tiró por la ventana un sweater olvidado en un colectivo a su dueña. Pensó también que ese era el mundo que quería ver.


Show me the world as I’d love to see it

miércoles, 21 de enero de 2015

Mélanie Laurent - like

No quería comer. Estaba triste y flaquísima, acentuando su languidez de claridad rubia y lacia. Su nombre era un misterio para mí, y también para los otros habitantes de la casa.
Mi amor por ella fue instantáneo: era un gatito naranja a rayas que maullaba en silencio y ronroneaba a escondidas. No me necesitaba, pero yo quería que.
La crucé en la cocina y le pregunté: "¿Comiste? Decime que aunque sea un poquito". Me miró con los ojos lavados, profundos y no me contestó con palabras.
Al rato volví y creí verla devorando algo de un plato hondo al costado de la heladera. De la alegría, salté y ocupé su posición espacial, pero no era ella: le di un beso en la frente a otra persona. Pedí perdón.
Ahora duerme, para siempre, en el recuerdo irreal de esa casa con madera, invierno, y caminares débiles desconocidos.

jueves, 4 de diciembre de 2014

de sorpresas y caídas de culo

La sorpresa más ridícula que tuve, y la primera que recuerdo, fue a los doce años en Villa Carlos Paz. Claro, el viaje de egresados. El primero. 
La cosa era así: el grupo completo formaba una ronda, todos parados. Nos hacían agarrar muy fuerte de los brazos y nos decían al oído un animal. La consigna implicaba que cuando dijeran el nombre de nuestro bicho, debíamos intentar sentarnos mientras que los compañeros de cada lado tenían como meta impedirlo a fuerza de brazos rígidos.
Cuando todos habíamos sido personificados, dijeron, a los gritos: CONEJO!
El grupo entero se sumergió de culo al piso. Absortos y doloridos, no parábamos de reír. 
Todavía me duele el coxis cuando llueve. Y no logro decidir si odié a los coordinadores, o si disfruté demasiado de ese momento. 

Hoy es cierto que espero y disfruto de la sorpresa, incluso la encuentro en aquellas nimiedades que traen reminiscencia de ese sabor aunque a ojo de mal cubero representen situaciones clásicas. 
Hoy es gato conejo.
Es que me enseñen a hacer el morrón con el mismísimo sabor con el que viene en la lata.
Enamorarme en el colectivo y atisbar correspondencia.
Llorar en recitales, de forma incontrolable y hermosa.  
Hoy son escalofríos, placer, felicidad y mates que sí permiten avanzar.
Sentir todo, o más que todo. 
Disfrutarlo.

Querer estar viva: esa es la sorpresa mayor.

Por fin: mi esquizofrenia y yo nos encontramos y nos abrazamos muy, muy fuerte.

viernes, 5 de septiembre de 2014

pasame el vino, por favor

Estás solo, te sobrás. Tenés a cuatro personas alrededor pero no sirven. El que habla de vos no puede penetrarte en un solo eco de olvido. Ni en un grito de recuerdo. 
Tocás tu brazo, pensás en tu suavidad y pedís más vino. Allá te olvidaste de la mía. Esa que es blanca y también un poco se olvidó de la tuya. Pero el agua y las manchas.
Querés que se acabe, aunque lo disfrutás porque otra vez sobra mucho tuyo. No estás de espaldas, nadie te busca ni te saluda y no hay fuego. Te ven sin haberte encontrado.

Y yo que te encontré me fuiste. Te gusto mucho, eso es lo que pasa. No es flotación idílica, alguna vez quizá sí; hablaste claro y no quise entenderte. Vos no quisiste invitarme a tu vida. al vacío.

lo bien que hiciste.

lunes, 11 de agosto de 2014

y, ¿cómo vas con la tesis?

Prefiero imaginar esta etapa como una despedida del mundo que conozco, como una preparación para la inmersión irreversible en otro que postergo. Esta etapa en la que elegiría escribir mi nombre cien veces en un pizarrón, flagelarme con mil mates para arrancar (nunca funcionan), y escribir cualquier otra cosa cuya página no se guarde en la carpeta "tesis!". Sí, tiene un signo de exclamación. Ni ella puede creer que existe.

Prefiero armarme de languidez y aplastarme en la cama, dos o tres semanas, sentir la presión del tiempo que es uno solo y aprieta cada vez más fuerte. Diciembre, febrero: llegan pronto. Los días me comprimen. Luego el aire.
Prefiero creer que solidifico para soportarlo; hoy soy líquida. 
El final es conocido: siempre algo sublima.

domingo, 27 de julio de 2014

lista

  • Cortarse las uñas. O sea: cualquiera que lo tengas que anotar.
  • Limpiar la casa. Concepto demasiado amplio. Pasar Blem a los muebles, aspirar, repasar el baño (sucio no está, no lo soportarías). La heladera la dejamos para otro día, como siempre. Hace frío. El plural esquizo.
  • Tomar mate. Siempre mate, siempre una excusa para atrasar.
  • Analizar SAXS-2D de envejecimiento de soles. Otra vez SAXS. Basta de SAXS, un poco de SEX. Chiste fácil, chiste obvio. No es un chiste.

Dos horas después.

Apa, te cortaste las uñas y te las pintaste. Esa no te la esperabas. Te miraste al espejo, te miraste toda y una vez más te viste hermosa y pensaste: qué desperdicio. Qué pérdida de tiempo. ¿Cuándo te vas a convencer? No esperes nada, nunca hay que esperar nada. Te alcanza con ser y verte siendo. Qué horror, "verte siendo". Mejor: verte haciendo, que es lo mismo. Llorá y pataleá todo lo que quieras, de eso se trata.
«Necesito un tiempo sola. Un tiempo conmigo, conocerme y aceptarme. O cambiarme si no me gusto, pero dejar de verme en el puto reflejo de los otros, tan distorsionado. Tan como los otros quieren verme.»  
Ahora te la bancás. Tenés que lavar los platos sola, cocinar para vos, cocinar cosas ricas porque te gusta comer bien, comerlas sola y no pensar que alguien más podría estar disfrutando con vos. Tomar mate sola, lidiar con Miguel y que haga afuera de las piedritas, reconocer que es una estupidez, juntarlo y putear porque nunca va a aprender, irte a dormir con mil frazadas porque sola hace más frío. Empezar a disfrutar de eso, dejar de juzgarte por no hacer todo lo que hubieras debido durante el día; ¿qué carajo hubiera debido hacer? La lista es inmensa, siempre; ya no te importa, seguí creciendo, que lo hacés muy bien. No tener que hacer nada de todo eso, hacerlo y que no pese. Que no se note. Vivir una vida mediocre, llena de preguntas atragantadas que no hacés para dejar de llorar y patalear, para reírte con esa cáscara de mujer de rutina, mujer con casa y perro, mujer que odiás. Matala hoy, matala antes de que te chupe y te convenza de que esa es la vida que querés.

Ser, aunque muerta, caminar y cagarte de la risa. Escribir así, dejar la parafernalia del estúpido literato. Podés escribir tan lindo como quieras, como épsilon que podía ser tan chico como uno quisiera, pero te importa un carajo. Demostraste que podías, diste vuelta las páginas de ese libro que nunca vas a escribir y le metiste una a una las palabras copaditas en el culo. Ese culo que él tiene que cerrar cada vez que llueve y se acuerda de vos. Sí, dale, que el mundo se unifique con el agua que cae intrépida, inundate solo en tu mar inmenso de psicosis. Soy impermeable, hidrofóbica, gil.

Permanecer... y cortála con las órdenes, flaca!

Última:  cortar pegar publicar.

lunes, 19 de mayo de 2014

domingo (3)

Líquida y con viscosidad cotidiana, acelera sin querer y choca contra las ventanas a mi izquierda y también más allá, del otro lado de la puerta; golpean una, otra, y otra, y se multiplican casi como fractales traslúcidos. Hacen un ruido de nostalgia resignada, de domingo con lluvia que ya se transformó en lugar común. No diluyen sin embargo el suspiro de la espera; no nos bañan ni simulan sumergirnos juntos a una distancia menor a la que nos impone el aire. Y la carne que se aleja, siempre se aleja, mientras baila en un tintineo incesante de gotas que hacen sinapsis en tu ventana, que evocan mi nombre. Las gotas que se evaporan y hacen caso omiso a mis deseos de preservarte, pero que, obedientes, mantienen todo en su (incorrecto) lugar.


sábado, 26 de abril de 2014

II

La nada levanta el todo que se deshace, otra vez, en jirones vacíos.
Velos sin color ni bordes acarician la trompada estomacal.
Miro hincharse el silencio mientras arde, pero protejo mis dedos en el hielo.

miércoles, 12 de febrero de 2014

excuse me but I just have to explode

Hace mucho tiempo leí que un día como hoy, treinta años atrás, un número mayor de mariposas que el común poblaba Buenos Aires. Eso ocurría al mismo tiempo que la muerte de Julio Cortázar, allá, más lejos. Vos sabés adónde. Nada, cuestión que el relato quedó en mi memoria tergiversado de una manera incrédulamente simpática: ese día, además, era el de mi nacimiento. Bueno, mentira: llegué quince días después. Tal vez aquél doce de febrero de mil nueve ochentaycuatro pateé muy fuerte, llené con esos bichos el estómago de mi madre, andá a saber. Lo certero es que hoy, justo hoy, la metáfora de los bichos llegó a mi pecho. Me invadió uno muy especial: Aquí Alejandra. Qué paradoja, homenaje invertido resultó. Hoy me llené de vos, te estallé, te... No, la verdad es que ME. Es un todo me. Me hice Alejandra con vos, me metí ahí, le cambié los nombres, y expresaste mi deseo. Vení, que no hay nadie, acurrucate acá conmigo. Sí, a vos te estoy hablando, lo sabés muy bien. No te hagás. Salió medio mexicano, viste: todo vuelve. 
Yo tampoco quiero, ¿sabés?,  pero si tuviera se llamaría Alejandra. Le daría de comer. Sí. Vos no te preocupes. Ya vamos a madurar. ¿O era crecer?
Para qué seguir, si ya lo sabemos. Es sólo simular que termina cada vez. 
Cómo se puede estar cuando no hay nada más que la niebla de los cigarrillos.

viernes, 27 de diciembre de 2013

-Capítulo 1-

Caos de vidrios policía y llaves nuevas. Sólo querían entregarle el par sin estrenar para la cerradura que todavía no estaba puesta, en ese afán iluso por prever los hechos menos relevantes y abandonar los evidentes. Elena había bajado los tres pisos con escalones rápidos, habiéndose puesto apurada el corpiño negro por debajo del camisón, luego de que alguien tocase su timbre sin responder al inmediato “quién es”. Los ruidos que venían de los pisos inferiores la llamaban con orejas puntiagudas: había que bajar. Los hombres vestidos de azul y gorra rígida anotaban en la puerta de calle letras de palabras que les importaban menos que la cena del tipo de la planta baja; mientras, la transpiración inundaba la superficie de todos los presentes, casi de la misma manera que los pedacitos de vidrio roto que antes eran puerta mojaban el lobby rojo de aquel edificio antiguo; “parece una casa de la costa”, le decían sus amigos cuando ella los invitaba por primera vez. Bueno, a Elena no le parecía, quizá porque no conocía tantas casas en la costa. O quizá porque sentía el ferviente asfalto de la Gran Ciudad cada vez que salía, y eran pocos los días de vientos marítimos. Suerte que había algunos, que si no, ni te cuento. En aquéllos ella cerraba despacito los ojos (nunca del todo, eh), aspiraba fuerte por la nariz, y automáticamente se le pintaba una risa sin dientes, bien ancha: cara de milanesa. Esos días también pensaba en él más seguido. Era alegría respirada hasta el último bronquio.

Esa mañana habían usurpado un departamento del primer piso (y no, no era una mañana salada). El dueño tenía amigos de los buenos, esos que cuando se enojan te echan a palazos de tu propia casa y se transforman en okupas de tu baño, tu cocina y hasta del ventilador. Todos duros, todos ebrios, y todos los vidrios rotos un rato más tarde de que los sacaran a los empujones. Y más tarde todavía, el plan de una cerradura nueva. Estos hechos no eran frecuentes en el edificio costero del asfalto, pero si pasaban había que cambiar la cerradura de la entrada. Siempre era esa la solución: si se cortaba la luz también se cambiaba la cerradura, por si acaso. 

jueves, 14 de noviembre de 2013

La tortilla de papas perfecta

Caminaba por la calle y una vez más: se caían los anteojos, el pelo, las pestañas y el cuerpo todo, sólo con las manos atinaba a un equilibrio imposible, con la sensación precisa de un despertar abrupto.

Los trozos de luz reflejados por los autos, filtrados por la sílice amorfa de las ventanas, caminaban desde el asiento trasero hasta la puerta del medio en el sesenta y siete casi vacío. Ese que recibía en la espalda las mismas piedras líquidas que ( ) observaba escurrirse por los intersticios rosados de su recuerdo. Sí, pensaba en él, aunque (se) había prometido no hacerlo. Su imagen tatuada era más poderosa que la mojabilidad de esa lluvia impertinente.

Él era eso. Eso que quería, pero que no quería querer. Filos suaves. Navajas terminadas en terciopelo. Canciones que van y vienen como suben y bajan; puntas redondas, cambio súbito, aceleración sorpresa y contraste. Una tortilla de papas crujientes y con el huevo crudo. B i e n   c r u d o .

domingo, 15 de septiembre de 2013

Amar a (Lucía)

Unas telas doradas de tono apagado se movían, agarradas con hilos como formando un vestido, en una sutil contradicción óptica. Lucía bajó con ellas las escaleras del salón. Hacía un ruido tremendo que nadie escuchaba, tic tac tic, sonaban sus zapatos de una relación alto/espesor demasiado pequeña. El pelo era un foco ineludible: un peinado bien arriba y hecho en una peluquería de barrio en la que supieron que el evento merecía un esfuerzo superior al diario, pero que no lograron alcanzar (por simple definición). Con su cabeza endurecida y esa incomodidad en la que se regodeaba sin disimular, se dirigió al centro de la atención de especímenes análogos; algunos llevaban diseños geométricos baratos (en pleno optimismo los llamaban trajes), otras hacían bailar el final de sus vestidos con sonrisas de glitter y ojos envueltos en curvas negras o azules, en el peor de los casos. 

Era el cumpleaños de quince de La Chola, la nena con la peor popularidad y los mayores deseos de ser ella de todo el colegio. Era pequeña y realmente fea, pero nadie se atrevía a aceptar (y mucho menos a decir) que esa era la razón de su desasosiego. Aquél día todos pensaron que La Chola estaría radiante y contenta, y que sería en efecto la concreción de al menos unas horas de lo que tanto ansiaba. Sin embargo Lucía, envuelta en su dorado romano opaco, llenó el lugar de un aroma que impregnó violentamente la tráquea de (casi) todos los invitados y también de la festejada. Pero no, no trasladaba belleza sobre esos tacos, sólo una delgadez extrema empañada por los efectos del peluquero José. Eso no impidió la concentración de pupilas y envidias (o ganas, en función del observador) que su rareza provocaba.

Al final del pelo que estaba enrollado en sí mismo, Lucía guardaba los recuerdos de cinco años atrás. En ese momento tenía diez: fácil imaginarlo. Las puntas florecidas y ocultas de ese hoy vieron, en la raíz de los diez, cómo los ojos de un nene se perdían en la totalidad de lo que venía abajo, es decir, ella. Saúl estaba también en la fiesta, aunque acostumbrado al paisaje, luego de haberlo deseado tanto. No era a Lucía a quien quería, sino a la respuesta que ella generaba en el entorno. Él era hermoso, pero eso no le alcanzaba si alrededor suyo no encontraba a esa persona hilo, aguja, o las dos. 

Cuando Lucía terminó su recorrido descendente, Saúl fue a su encuentro y le tocó los labios con un beso chiquito. Tomó su mano derecha y desvió con ese acto los ojos acusadores, y los otros. Algunos de los rodeados por tinta negra fueron luego al encuentro con el pelo duro, cachetes de colores y besos al aire. Todo olor barato y fuerte, a baño en el que recién se cambiaron los que lo limpiaban horas atrás. 

Un par de sanguchitos de jamón y queso, una copa de jugo de naranja (polvo de ese color disuelto en agua y agitado con cuchara de madera) y demasiadas expectativas en una noche que era igual a todas las demás, aunque eso sólo lo sabía Lucía. La Chola dibujó un camino análogo al de los tacos imposibles de hacía un rato, marcando graves diferencias. No en la atención de los invitados como en el espectáculo visual y sonoro armado en cada vez mayor cantidad de espantos preformados. Lágrimas, abrazos y muchas mentiras llenaron el lugar. No, no estaba hermosa, no era posible. Y ella lo sabía. Y a Lucía no le importaba. Tampoco le importaba estar ahí, o no estar, sólo era Lucía y sobraba. Caminaba como si le doliera, pero en realidad nada la perturbaba. Esto la erigía en un lugar inaccesible, que hacía creer compartido, pero que era sólo suyo. De manera inconsciente, todos lo sabían pero nadie lo comprendía. Ella era, y se amaba.

martes, 27 de agosto de 2013

catalunya freedom

Ctrl Alt Supr: esto podría ser perfectamente catalán, si no supiéramos que es sólo un modo de acceder a las enaguas de la computadora. Tan sencillo resulta ese pasaje virtual como entreverado el camino que se recorre en una realidad apagada, gris pero traslúcida, en la que él ya desapareció. En la que no está solo ni conmigo, en donde no hay más nosotros (ni “es más nosotros”) porque sencillamente ya no hay él en mí. Aun así, Girona no fue una ciudad más, ni el nombre de una provincia de comunidad autónoma, y mucho menos fue la piedra con escaleras que pisaba en una alegría de sol inenarrable. Sí fue un homenaje, un regalo que nunca va a recibir,  y otro punto final, de esos que ya conozco y nunca respetan a su apellido; signos de puntuación transgénicos, creen ser una cosa pero se deforman irreversiblemente en punto y coma. 
El  sueño de una vida que no existe, que ni siquiera es muerte pero que sólo sirve para un paseo matutino, se vuelve realidad con un simple pasaje de tren. El Clot Aragó – Girona. Y ya que estamos, visitemos Figueres y saquémosle un poco de peso a la travesía (las higueras esas, ciudad a la que me empeciné en llamar Figueiras, en un modo gallego tatuado en la tráquea que no le cedía el paso al duro catalán). Me llené los ojos de helados con sabores desconocidos, en una ilusión infundada de encontrar un doble, o quizá sólo un pedacito suyo escondido detrás de una grieta color crema. Haberlo hecho sin embargo con la firme certidumbre de estar dibujando otra despedida más, con la repetida esperanza de que haya sido por fin la última.