viernes, 27 de diciembre de 2013

-Capítulo 1-

Caos de vidrios policía y llaves nuevas. Sólo querían entregarle el par sin estrenar para la cerradura que todavía no estaba puesta, en ese afán iluso por prever los hechos menos relevantes y abandonar los evidentes. Elena había bajado los tres pisos con escalones rápidos, habiéndose puesto apurada el corpiño negro por debajo del camisón, luego de que alguien tocase su timbre sin responder al inmediato “quién es”. Los ruidos que venían de los pisos inferiores la llamaban con orejas puntiagudas: había que bajar. Los hombres vestidos de azul y gorra rígida anotaban en la puerta de calle letras de palabras que les importaban menos que la cena del tipo de la planta baja; mientras, la transpiración inundaba la superficie de todos los presentes, casi de la misma manera que los pedacitos de vidrio roto que antes eran puerta mojaban el lobby rojo de aquel edificio antiguo; “parece una casa de la costa”, le decían sus amigos cuando ella los invitaba por primera vez. Bueno, a Elena no le parecía, quizá porque no conocía tantas casas en la costa. O quizá porque sentía el ferviente asfalto de la Gran Ciudad cada vez que salía, y eran pocos los días de vientos marítimos. Suerte que había algunos, que si no, ni te cuento. En aquéllos ella cerraba despacito los ojos (nunca del todo, eh), aspiraba fuerte por la nariz, y automáticamente se le pintaba una risa sin dientes, bien ancha: cara de milanesa. Esos días también pensaba en él más seguido. Era alegría respirada hasta el último bronquio.

Esa mañana habían usurpado un departamento del primer piso (y no, no era una mañana salada). El dueño tenía amigos de los buenos, esos que cuando se enojan te echan a palazos de tu propia casa y se transforman en okupas de tu baño, tu cocina y hasta del ventilador. Todos duros, todos ebrios, y todos los vidrios rotos un rato más tarde de que los sacaran a los empujones. Y más tarde todavía, el plan de una cerradura nueva. Estos hechos no eran frecuentes en el edificio costero del asfalto, pero si pasaban había que cambiar la cerradura de la entrada. Siempre era esa la solución: si se cortaba la luz también se cambiaba la cerradura, por si acaso.