-Capítulo 1-
Caos de vidrios policía y llaves nuevas. Sólo querían entregarle
el par sin estrenar para la cerradura
que todavía no estaba puesta, en ese afán iluso por prever los hechos menos
relevantes y abandonar los evidentes. Elena había bajado los tres pisos con escalones
rápidos, habiéndose puesto apurada el corpiño negro por debajo del camisón, luego de que alguien tocase su timbre sin responder al inmediato “quién es”. Los ruidos que venían de los pisos
inferiores la llamaban con orejas puntiagudas: había que bajar. Los hombres
vestidos de azul y gorra rígida anotaban en la puerta de calle letras de
palabras que les importaban menos que la cena del tipo de la planta baja; mientras,
la transpiración inundaba la superficie de todos los presentes, casi de la
misma manera que los pedacitos de vidrio roto que antes eran puerta mojaban el
lobby rojo de aquel edificio antiguo; “parece una casa de la costa”, le decían sus
amigos cuando ella los invitaba por primera vez. Bueno, a Elena no le parecía, quizá porque no
conocía tantas casas en la costa. O quizá porque sentía el ferviente asfalto de
la Gran Ciudad cada vez que salía, y eran pocos los días de vientos marítimos.
Suerte que había algunos, que si no, ni te cuento. En aquéllos ella cerraba
despacito los ojos (nunca del todo, eh), aspiraba fuerte por la nariz, y
automáticamente se le pintaba una risa sin dientes, bien ancha: cara de
milanesa. Esos días también pensaba en él más seguido. Era alegría respirada
hasta el último bronquio.
Esa mañana habían usurpado un
departamento del primer piso (y no, no era una mañana salada). El
dueño tenía amigos de los buenos, esos que cuando se enojan te echan a palazos
de tu propia casa y se transforman en okupas de tu baño, tu cocina y hasta del
ventilador. Todos duros, todos ebrios, y todos los vidrios rotos un rato más
tarde de que los sacaran a los empujones. Y más tarde todavía, el plan de una cerradura nueva. Estos hechos no eran frecuentes en el edificio costero del asfalto, pero si pasaban había que cambiar la cerradura de la entrada. Siempre era esa la solución:
si se cortaba la luz también se cambiaba la cerradura, por si acaso.