Hace mucho tiempo leí que un día como hoy, treinta años atrás, un número mayor de mariposas que el común poblaba Buenos Aires. Eso ocurría al mismo tiempo que la muerte de Julio Cortázar, allá, más lejos. Vos sabés adónde. Nada, cuestión que el relato quedó en mi memoria tergiversado de una manera incrédulamente simpática: ese día, además, era el de mi nacimiento. Bueno, mentira: llegué quince días después. Tal vez aquél doce de febrero de mil nueve ochentaycuatro pateé muy fuerte, llené con esos bichos el estómago de mi madre, andá a saber. Lo certero es que hoy, justo hoy, la metáfora de los bichos llegó a mi pecho. Me invadió uno muy especial: Aquí Alejandra. Qué paradoja, homenaje invertido resultó. Hoy me llené de vos, te estallé, te... No, la verdad es que ME. Es un todo me. Me hice Alejandra con vos, me metí ahí, le cambié los nombres, y expresaste mi deseo. Vení, que no hay nadie, acurrucate acá conmigo. Sí, a vos te estoy hablando, lo sabés muy bien. No te hagás. Salió medio mexicano, viste: todo vuelve.
Yo tampoco quiero, ¿sabés?, pero si tuviera se llamaría Alejandra. Le daría de comer. Sí. Vos no te preocupes. Ya vamos a madurar. ¿O era crecer?
Para qué seguir, si ya lo sabemos. Es sólo simular que termina cada vez.
Cómo se puede estar cuando no hay nada más que la niebla de los cigarrillos.