Líquida y con viscosidad cotidiana, acelera sin querer y choca contra las ventanas a mi izquierda y también más allá, del otro lado de la puerta; golpean una, otra, y otra, y se multiplican casi como fractales traslúcidos. Hacen un ruido de nostalgia resignada, de domingo con lluvia que ya se transformó en lugar común. No diluyen sin embargo el suspiro de la espera; no nos bañan ni simulan sumergirnos juntos a una distancia menor a la que nos impone el aire. Y la carne que se aleja, siempre se aleja, mientras baila en un tintineo incesante de gotas que hacen sinapsis en tu ventana, que evocan mi nombre. Las gotas que se evaporan y hacen caso omiso a mis deseos de preservarte, pero que, obedientes, mantienen todo en su (incorrecto) lugar.