-Capítulo 2-
Atardecía en su barrio
salpicado de los años ochenta. Pasó frente a una casa con jardín delantero y
sin rejas. En el borde de cemento un nene jugaba con caracoles de distintos
tamaños. Los ordenaba y su cara estaba muy cerca, casi como si fuera a
comérselos. Elena los miró atenta con una sonrisa de melancolía angustiada. La
tela que envolvía sus recuerdos se rompió tras el paso, demasiado cercano, de
una bicivoladora piloteada por una adolescente erguida cuyo pelo era tan lacio
como su cara, sin rasgos. Un padre emergió detrás, gritándole a otro de sus hijos
que ahora que habían salido a la vereda debían
andar en bicicleta. El niño luchaba por no caerse, en un intento por
cumplir las órdenes paternas aun sin perder el matiz de juego.
Mientras continuaba su
trayecto cotidiano de las cinco cuadras que bordeaban la autopista, Elena recordó
los sucesos nostálgicos del día: el juego en la vereda, el perro enorme lanzado
sobre el pasto en pleno disfrute absurdo, un abuelo que tiró por la ventana un
sweater olvidado en un colectivo a su dueña. Pensó también que ese era el mundo
que quería ver.
Show me the
world as I’d love to see it