viernes, 29 de marzo de 2013

individualismo dialéctico (si existiera algo así)

Es bastante usual conocer personas con gran facilidad para enojarse con otros pero no tanto con ellas mismas. Mi caso es diametralmente opuesto: si algo sale mal, seguro que es por mí. Me resulta cotidiano escuchar mi propia voz (interna o de la otra) diciendo "estoy más enojada conmigo que con...", "claro, es por mi culpa", "soy lo menos", o "qué pelotuda". El asunto es conocido, no se puede andar cargando con responsabilidades ajenas, proyectando deseos propios, imaginando situaciones inexistentes. BLEH. Simplemente tampoco se puede dejar de pensar, y allí comienza la paradoja: no pensar como pienso, sino como debería, lo que se contradice con imponer que "no todo estaría siendo mi culpa". Hoy me caí de la bicicleta, me dije ser una pelotuda, y ahí tenía razón. Otras veces no es tan simple.

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BREATH
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La imagen irreal del hombre que espera en la puerta indefinidamente, que espera por . La sorpresa ansiosa (¿o la ansiedad sorpresiva?) de encontrar esa novedad que aplasta y destruye lo conocido, aburrido y tedioso que resulta estar con uno mismo todo el tiempo. MOMENTO. ¿Por qué no empezar por replantearme esto último? Ah, sí, ya lo hice. Lo vengo haciendo seguido. Quererme más (what?), que si muchos piensan tan maravillosamente de mí por algo será. ¿A quién intento mentirle? Idiota no soy, a mí no puedo engañarme. Epa, ¡vamos mejorando! Puta, sigo en el mismo lugar, siempre, adentro mío. Adentro. Mío. Aprendiendo a amar lo que no puede matarse ni morir en la vigilia. 

domingo, 17 de marzo de 2013

el otro Hobbit

Maldita sangre irlandesa
que bendigo con whisky
el que diluye los tuyos recuerdos
tu voz pegada en mi derecha

y así te vas
y así yo vuelvo a ser yo
y vos seguís siendo vos
allá
con un rojo similar que nace de la izquierda,
sin latidos

viernes, 1 de marzo de 2013

tercera: última

Segundos después de decidir que necesitaba sangrar por los dedos un rato, la pantalla de mi celular gritó luz sin recibir ningún estímulo externo. Se ve que también necesitaba ser encendida, y el poder de lo estocástico apareció súbitamente estirándole una mano eléctrica. No quiero ser catártica, no quiero olvidarte y no tolero permanecer ausente. Tengo tanto por decir y transpirar que no logro comprender hasta dónde ésta irrealidad puede ser transformada. Certidumbre de lo ignoto y lejanía en todas sus formas chocando en silencio con las chispas de una espera(nza) irracional, infundada o ciertamente mal interpretada.
“Mujer de ciencia, una vida nos separa”. Claro que no. Dos vidas nos separan: la tuya y la mía. Deseo ir y comprar cacao amargo, dártelo un día, que me mires con esa risa burlona de costado, ahí adonde se te marca la arruga precoz. Que me veas a través de los dos vacíos negros pupilas y decirte que sí, que tenés razón, que si se quiere algo de verdad entonces se logra. Pero vos no sos algo, y lo que te construye no quiere nada de lo que pueda darle mi yo inquieto y ansioso; ni chocolate ni nueces ni el poco ruido ni nada de nada.
La soberbia me obliga a creer que es por no quererte lo suficiente a vos mismo, sin embargo no logro hacerle el lugar adecuado para que esos pequeños gritos de luz dominen al resto. Ese maldito resto que gana el primer plano en un golpe seco al estómago mientras me escupe la puta verdad: ya sabía que esto era así, hasta supe decírtelo, y no hay desafío por ganar. Nada fue siempre, nada será en cualquier caso. Nada de nada.
Stop.