Es bastante usual conocer personas con gran facilidad para enojarse con otros pero no tanto con ellas mismas. Mi caso es diametralmente opuesto: si algo sale mal, seguro que es por mí. Me resulta cotidiano escuchar mi propia voz (interna o de la otra) diciendo "estoy más enojada conmigo que con...", "claro, es por mi culpa", "soy lo menos", o "qué pelotuda". El asunto es conocido, no se puede andar cargando con responsabilidades ajenas, proyectando deseos propios, imaginando situaciones inexistentes. BLEH. Simplemente tampoco se puede dejar de pensar, y allí comienza la paradoja: no pensar como pienso, sino como debería, lo que se contradice con imponer que "no todo estaría siendo mi culpa". Hoy me caí de la bicicleta, me dije ser una pelotuda, y ahí tenía razón. Otras veces no es tan simple.
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BREATH
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La imagen irreal del hombre que espera en la puerta indefinidamente, que espera por mí. La sorpresa ansiosa (¿o la ansiedad sorpresiva?) de encontrar esa novedad que aplasta y destruye lo conocido, aburrido y tedioso que resulta estar con uno mismo todo el tiempo. MOMENTO. ¿Por qué no empezar por replantearme esto último? Ah, sí, ya lo hice. Lo vengo haciendo seguido. Quererme más (what?), que si muchos piensan tan maravillosamente de mí por algo será. ¿A quién intento mentirle? Idiota no soy, a mí no puedo engañarme. Epa, ¡vamos mejorando! Puta, sigo en el mismo lugar, siempre, adentro mío. Adentro. Mío. Aprendiendo a amar lo que no puede matarse ni morir en la vigilia.