No necesita más explicación que la que provee su contenido.
...
96 de saturación de O2, 104 de pulso. 105.
104. 102.
-¡Agua!
Y otra vez a
hacer buches con agua helada.
-Yan, secame.
Transpirada desde el pelo hasta el último átomo del pie
-Abdqsea…
-¿qué pasa ma?
Movimiento negativo de cabeza.
-Estoy dopada.
Así es la rutina de terapia intensiva. ¿Qué cómo es el
lugar? Bueno, para qué tratar de explicarlo. Sería imposible. El Sanatorio
Otamendi-Miroli es una excelentísima y lujosa jaula de variados reptiles. Hay
algunos bichos de luz, pero se cuentan como los electrones de valencia de
cualquier átomo. Las enfermeras son más bien enferimizas, o enfermantes, o
ayudantes de enfermedad (quedó claro, ¿no?). Las mucamas son exactamente eso:
mu (de vacas, vagas en insípidas) – camas (lugar donde uno descansa). O sea,
son vacas y encima descansando. Los médicos, en general, parecen los normales
del lugar. Cuando digo normales me refiero a que hacen lo que deben, teniendo
al “paciente en primer lugar” (lema de la institución, que casualmente no es
respetado ni en una estatuita de bronce).
“Cuarto piso, ascensor bajando”
Patio español.
“Permitido fumar”
¡Al fin! ¡Hacer
algo que a uno le de placer sin tener que pagar! De todos modos no está exento
de la atrocidades propias (ya lo advertí) del lugar. A la entrada del mismo,
una finísima pieza metálica con forma de perro, un poco flaco pero bonito. ¿Qué
puede estar haciendo el pobre animal? Comiendo una indefensa paloma. Moraleja:
vos seguí volando, que total los perros te morfan igual, y sea como fuere te
vas a morir. Muy amable, señor Otamendi. Entonces mejor nos vamos.