miércoles, 20 de febrero de 2013
dosando suavemente la nada para no lastimarse
Empecé comiendo mierda, llenándome la cabeza de una gran mierda-mamífero disfrazada de cristal. Creía que era tóxica, pero me confundí: era sólo viscosa y desagradable. Haciéndome la Fiona Apple, mi sangre cantaba, precipitada, I'm gonna make a mistake, I'm gonna do it on purpose. I'm gonna waste my time. No tan de a poco, esa materia oscura fue diluyéndose con vacío, con la nada misma. Como si pudiera desgranarse, fibras musculares de vacío merdoso mezclado con ese que es la falta de todo. La muy oportuna fue a parar a mis ojos, me los llenó, se los juro. Toda la nada en la cabeza y alrededor, y en mis ojos, sólo marrón. Como dos granos a punto de explotar. La nada, incoherente, pujó y por fin encontró el hueco. Ahí, expectante, arrasó y terminó llenándome. Sacó todos los desechos y los transformó en líquido salado, menos viscoso, translúcido. Lúcido. Sí, ahora veo. Veo bien clarito. Adiós, nefasta copia carbónica de Holiveira. Hadiós.
domingo, 10 de febrero de 2013
Amok y los hologramas
Era un concierto cualquiera, en una ciudad marítima. Estaba muy adelante, casi en el escenario, sobre el lado derecho y sentada en una cama. La gente a mi alrededor no comprendía lo que estaba sucediendo: Thom Yorke se había duplicado, uno vestía un traje digno de David Bowie, muy atrás, y el de adelante era un cuerpo que realizaba movimientos humanos enfundando en telas típicas. Con mucha naturalidad concluí que se trataba de un simple holograma, algo muy propio de gente así. Disfrutaba de ese regalo inesperado de una forma lo suficientemente estática como para asustarme al despertar. Lo más terrible, de todas maneras, no radica en esto último. Esa reunión musical prosiguió durante varias noches, por supuesto que aludiendo a la sorpresa cada vez, pero yo había decidido aislarme en un hotel alejado del centro; lejos de ellos y de mí misma, inmersa en un libro que no guardaba relación con la realidad. Una silla incómoda y un patio, un libro en la mano, y un celular sonando. Mi amigo en un último sacudón intentaba que volviera a pisar, me decía que hacía seis días estaban tocando al menos uno o dos temas, que adónde estaba y que cómo podía ser. Esa noche era la última, estaban por colmar la sala de sonidos, que vaya que me apure. "Sí Alu, ahora voy, me apuro, sí sí". La parada de colectivos estaba rodeada, no había vehículos grandes, sólo taxis que no se detenían. Otra vez, la última, me perdía de manera absolutamente consciente un evento de la vida que hubiera jurado vivir con plenitud.
Cuando la realidad se agiganta alrededor, uno se siente más pequeño por simple comparación. La clave radica en crecer con ella, acompañarla en un vuelo imperceptible.
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