Se acercaba mi hora difícil en días como hoy, las seis de la tarde. Como hacía tiempo no pasaba, se me dio por publicar en el caralibro una reflexión de lo más interesante (a.k.a. irrelevante):
«La necesidad de hechos sobrenaturales, apariciones inesperadas o explosiones de emoción se hace más intensa los domingos alrededor de las dieciocho.
La mejor sorpresa duerme en dejar de plantearse estas ausencias. Apaguemos la mente».
Pasaron las horas entre parcial malo y parcial aceptable, mate amargo que fue tendiendo suavemente al pantano de palillos hinchados, mientras corregía cansadamente. Alrededor de las nueve de la noche, logré dar con el punto final en mi tarea (sería más exacto referirme al número final, pero el mejor entendimiento me obliga a cometer ciertas infidelidades en el relato.) La cuestión es que logré volver al libro que estaba leyendo con gran avidez, para encontrarme con un sopapo de los que imprimen una sonrisa grande. Mario Levrero: culpable.
Fauna / Capítulo X (extracto)
«Me gustaría que alguna vez, aunque fuese por un rato, la fantasía se adueñara del mundo y que imprevistos maravillosos vinieran a alterar los cursos diabólicamente previsibles. [...] Que una mañana yo pudiera despertarme temprano sintiéndome plenamente feliz. Pero es inútil: nos gobierna la entropía, y todo lo que se deja librado al azar culmina en desastre para el protagonista».
Cualquier parecido con mi realidad es mera causalidad.
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