09/04/2020
Te amamos veci
Falta menos!
AGUANTÁ!
Ese cartel pegado en la heladera me recuerda hoy, un año, un mes y diez
días después, que no faltaba menos. Que faltaba muchísimo. Que las ausencias
son mucho más que los días que pasaron en el medio, mucho más que todos los que
todavía falta transitar para que la vida sea un poco menos una cagada. Siento
que la heladera me saca la lengua cada vez que la miro.
Veinte días antes de la fecha de esa notita se declaraba cuarentena
estricta en Buenos Aires. El motivo: la pandemia por el virus SARS-CoV-2, que
provoca la enfermedad conocida como COVID-19. Hoy se cumplen quince días desde
que ese virus entró a mi cuerpo, y en los papeles ya me abandonó. Sin embargo,
los síntomas persisten: no tengo la menor idea de cómo huele el chipa que acabo
de comer, ni cómo sabe el té que estoy tomando. El termómetro sigue marcando
37.2ºC de día, 37.6ºC de noche. Y esto último ya ni sé si es culpa del virus, o
de alguna otra cosa que mi cuerpo decidió manifestar justo ahora. Tengo una
muela destrozada por un año de dejadez sumado a un año de no poder ir al
dentista, aunque hubiera querido. Por supuesto que la muela es señalada como
principal culpable de que me siga sintiendo así, pero en el fondo, ¿quién sabe?
Quizás el virus decidió quedarse un rato más en mi cuerpo, prendió la estufa, y
así estamos. O quizá sea otra cosa. Qué miedo que sea otra cosa.
En estos catorce meses que pasaron nos acostumbramos a una cantidad de
situaciones impensadas. Qué puedo decir a esta altura que no se haya dicho miles de
veces ya. Si dentro de veinte años te dicen las palabras masa madre, Zoompleaños,
Rappi, no vas a poder pensar en otra cosa que no sea pandemia. Ojalá
que en veinte años sea un mal recuerdo. Hablando de malos recuerdos, el otro
día miré una serie que transcurría en 2014, y ahí estaba un grupo de amigos disfrutando
en un antro mientras tomaban cerveza caliente y miraban bandas que no querían
escuchar. Hoy, esa situación tan usual de compartir vasos y botellas
chupeteados con bebida caliente y saliva de desconocidos en el fondo se
transformó en un mal recuerdo y eso me parece increíble.
¿Sabés qué es más feo que no oler, que tener fiebre dos semanas, que no
poder pensar ni hacer esfuerzos mínimos porque todo sabe a Crossfit? Tener la
certeza de que te podés morir pronto. Mucho más pronto de lo que hubieras
imaginado, y de maneras que jamás pensaste. Quince días de pensar que podés
desarrollar neumonía, perder el aire, y súbitamente no estar más. Como las
miles y miles de personas que mueren todos los días en el mundo. No tenés ni
idea de si te va a tocar o no, como una lotería de la muerte a la que nunca
quisiste jugar. Hoy tengo cierta seguridad de que no me voy a morir de COVID. O
al menos no de neumonía. Ah, porque no solo genera eso. Ahora arranca el post-COVID,
las arritmias, la fiebre inexplicable, el olfato que no vuelve, y lo más
importante, las secuelas psicológicas de todo este periplo. Periplo, qué
palabra de mierda. Infierno le va mejor.
Mi único anhelo hoy está guardado en ese momento en el que vuelva a abrir
este texto, lo lea, y piense: fah. Posta pensaba que no se iba a acabar nunca.
Y posta pensaba que me iba a morir no sé, de cáncer, o andá a saber qué cosa
que me estaba dando febrícula. Que la depresión que me iba a generar todo esto
no se iba a ir por mucho tiempo. Qué bueno que no, que pasó pronto, que ya es (no
sé qué año) y el virus del orto está super contenido.
Que me volvieron las ganas de vivir, aunque tampoco tuviera ganas de morir.
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