Tuvo la sensación clara de volver a percibir algo olvidado. Creía sonreír como muchas otras veces, pero esta vez se le llenó el pecho de un suspiro largo y doble, justo antes de que la tensión en los bordes de sus labios aparezca. Se había caído el velo por unos instantes. En el lapso de dos pitadas del decimoquinto cigarrillo del día se dio cuenta del cambio de sentires y ahí mismo cuando lo vio, volvió lo borroso, el deseo inexistente, la mueca con forma de risa. Pero la diferencia fue notoria: supo que podía entrar y salir de ese estado de obnubilación que creía permanente, y eso alcanzó como definición de alegría. Lo que no sabía era cómo hacerlo.
Ese día había sido tan tortuoso como divertido, precedido por una madrugada etílica. La mudanza que transcurrió por casi doce horas era la segunda en el lapso de quince días, y nunca una mudanza se podía pensar como un disfrute. Mucho menos dos. Ninguna había sido propia y eso era bastante, pero en el costado difícil permanecía la certeza de la imposibilidad. La de hacía dos semanas era la de un acumulador, pero solo un monoambiente. La de los quince cigarrillos, una casa enorme: con decir que tenía cinco baños es suficiente para establecer dimensiones. Aun así, superado el esfuerzo físico, el halo de alegría que rodeó a todo el suceso le generó una satisfacción imprevista. Tan imprevista como esa sensación al terminarla, que llevó a Elena a lugares que no habitaba hacía años. La ironía de habitar lo nuevo en carne, pero volver a lo viejo en mente.
Unos minutos más tarde, consciente de lo aprendido pero ansiosa por encontrar el mecanismo que permitiera correr el velo cuando a ella le viniera bien, avisó que se iba. Ya en el auto que la llevaba de regreso a su casa se dio cuenta que desconociendo qué botones tocar para producir ese doble suspiro y la sensación de felicidad que antes la sorprendió, de poco servía haberlo sentido. En ese momento también se resignó a entender que en realidad era una más de las tantísimas cosas que era incapaz de controlar. Y eso, de manera irónica, la contentó. Y así volvió a sus gatos, su lugar, sus negaciones, su día a día de una semana en la que, por lo menos, no iba a tener que hacer otra mudanza.
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